Odio las fiestas, Sampaoli también
Detesto los último diez o quince días del año. Me ponen de pésimo humor, en
sintonía con el resto de los porteños con los que comparto ciudad e
insoportable calor.
“Todos quieren hacer en dos días lo que no hicieron en un año”, me dice mi
viejo, con quien compartimos el odio a esta época del año. “Todos a las
puteadas de mal humor. Insoportable”, agrega.
Para Jorge Sampaoli, entrenador del seleccionado argentino de fútbol, una
fiesta única, particular, esperada y deseada durante sólo él sabe cuánto
tiempo, también será una que, como mínimo, recuerde con sabor agridulce por lo
menos mientras tenga exposición pública por ocupar el cargo que ocupa. En otro,
tal vez también.
Es que el hecho espantoso que protagonizó tras la fiesta de casamiento de
su hija lo marcó. Lo mandó a la hoguera, no importa lo que pase luego. Si pide
disculpas o no. Igualmente parecen no alcanzar para quienes lo lapidan; si sale
campeón del mundo jugando mejor que el Brasil del 70 o se autoflagela tratando
de enmendar su error frente a los estrictos 40 millones de jueces que lo
sentencian por haberse mandado una cagada. Y por no haber ganado nada.
Esos son sus pecados mortales. Haber metido la pata hasta el fondo del
balde lleno de mierda y no haber ganado nada. No como quienes lo juzgan que
ganaron todo y al balde no le pasaron más cerca que diez kilómetros ni de
casualidad.
Se disculpó. “¡No alcanza! Que lo rajen. Ahora. No puede representar a la
Argentina”. Lapidarios. Inexpugnables en su juicio. Olvidando el pasado de
quienes de defendieron y defienden a ultranza perdonándole cualquier cosa porque
“él nos dio todo” o porque con aquel otro “la cosa era distinta, no se compara
una cosa con la otra”.
Como si en el mundo del fútbol hubiera santos y demonios. No conozco un “mundo”
donde exista cualquiera de los dos. Ni siquiera conozco uno donde alguien sea
una cosa o la otra. Sí conozco y habito uno donde la gente buena se manda
cagadas y los malos, a veces, hacen cosas buenas. Y convivo con eso.
Como si nuestros representantes, en cualquier ámbito, debieran ser
impolutos y alzaran nuestra impoluta bandera en nombre de nuestros impolutos
nombres. “Nadie resiste un archivo”. “Para llegar a ese nivel de poder seguro
te embarraste”. Eso sentenciamos de nuestros representantes y lidiamos con eso,
pero si el entrenador del seleccionado argentino hace la barbaridad que hace,
se desata un insólito escarnio público. ¿Y los que se embarraron hasta
realmente perjudicar al otro? Siga, siga. Todo pasa.
Pero las fiestas exacerban. Sea Navidad o un casamiento o lo que sea. En
las reuniones por los 20 años de egresados se pasan viejísimas facturas. En las
de fin de año del trabajo todo puede pasar. Como en Navidad, año nuevo o a la
salida del casamiento de tu hija.
Tal vez en otras partes del mundo a Sampaoli un hecho como el de estos días
le hubiese costado el puesto. O tal vez hubiesen alcanzado las disculpas
públicas y privadas. No lo sé, no me gustan los supuestos. Sampaoli erró feo.
Muy feo. Deberá convivir con ese balde de mierda atascado en su pierna. A menos
que gane el Mundial y cuando vuelva a equivocarse los jueces dirán: “No
importa, él nos dio todo”.
Quién genera la supuesta polémica...quién la réplica...quién la difunde...quién emite opinión...quién debate...es parte del show de los periodistas en los medios para ocupar espacio con información burda y absurda en vez de clara e interesante. Debería señor Goldbart reemplazarle a ciertos colegas suyos estás reiteradas manera de proceder frente a estos tipos de casos..margaritas a los chanchos. Saludos cordiales
ResponderEliminarMargarita a los chanchos...eso es lo que hacen los periodistas en los medios darle a la gente lo que la gente desea. Y en una sociedad tan mediocre que van a informar formas de juego, historias de fútbol, datos estadísticos del deporte..eso es aburridooo ( como diría Homero Simpson, gracias por permitirme el chascarrillo ) necesitan los receptores historias o imágenes impactantes aunque no tengan ningún tipo de enseñanza. Por eso estoy encontra de aquellos seudo intelectuales cómo la persona que escribió la crítica anterior que profesan aires intelectualoides sin entender las reglas del mercado.
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