Eliminados

Si bien hace más de un año que mi vínculo laboral con la Agencia Télam se terminó por decisión mía, el personal, el más importante sigue vigente. Allí no solamente gané plata y experiencia a montones, sino que gané amigos y colegas fuente de permanente consulta y aprendizaje.


Algo parecido me ocurre por éstos días en la llamada "Casa Taganskaya", el décimo piso contrafrente en el que vivo durante Rusia 2018 con tipos de la jerarquía profesional de Daniel Arcucci, Ezequiel Fernández Moores, Marcelo Gantman y Alejandro Wall. Bestias. Animales de laburo. Fuentes de permanente consulta y aprendizaje profesional y personal.

En ambos ambientes viví Mundiales. En Télam cubrí desde la redacción, primero en la calle Defensa, y luego en la Avenida Belgrano, Sudáfrica 2010 y Brasil 2014. Además de Juegos Olímpicos y Copa América 2011, 2015 y 2016. Con el Gallego Álvarez, Favio Licosatti, Gustavo Lenti, Fernando Bianculli, Julio Martínez, Christian Hliba y muchos otros. Un montón más.

Las experiencias fueron diferentes cada vez, pero con puntos en común: Argentina no se alzó con el título y la sensación de satisfacción profesional y humana se podrían traducir en medallas de oro o trofeos. En esas coberturas uno cuenta lo que hacen los deportistas, pero su equipo apunta a otros objetivos tan obvios como que el trabajo salga bien.

Rusia 2018 llena ese formulario de una manera curiosa, porque llegué más como hincha que como periodista, aunque uno lo sea las 24 horas del día, y de una forma y otra, sin medio que me respalde o para quién producir regularmente, hice y hago mi trabajo. Algunos textos para mí y rueda de auxilio para otros.

Otro punto en común: el permanente contacto con los amigos que dejé en la agencia. En aquellos tiempos por amistad y obligaciones laborales y ahora porque es la primera vez en más de diez años que no cubrimos a la par un evento de estas características. Y se extraña, claro que sí. Pero ésta vez también duele.

La tristeza banal pero entendible de un futbolero por la eliminación argentina a manos de Francia pasa rápido. A mí, esta vez, se me pasó muy rápido. Mucho más que otras veces en las que lloré y golpeé mesas. El 30 de junio, al salir del bar Liga Pup, adonde mi amigo y colega Matías Varela me invitó a ver el partido, cerca de las 13 de Moscú, los goles de Mbappé ya eran un trago amargo en el olvido.

Lo importante, lo angustiante es saber que mis compinches, mis compadres, mis maestros, mis colegas de tantos años y de tantas ilusiones de campeonar y de tantas eliminaciones la están pasando horriblemente mal. 354 despidos en Télam. Perversos despidos con la excusa "cambiar el perfil de la agencia, modernizarla". Espantoso eufemismo para explicar persecución ideolígica, romper todo, tomarse revancha y romper todavía más algo que, con fallas, pero también con aciertos, es fundamental para cualquier país: una agencia de noticias propia. Luego discutiremos cuál sería la mejor forma de manejarla.

Otra cosa es indiscutible: así no. Salvajes, depredadores, burros que desconocen de qué se trata la profesión a pesar de cargar con años de carrera en algunos casos y escasos minutos, en otros, pero con mucho, demasiado poder. Sanguinarios abusadores de poder y adictos a presionar y amenazar a laburantes. Desconocen de qué se trata el trato con trabajadores honestos. Buenos y malos, pero trabajadores. "Es un aguantadero del kirchnerismo y hay que limpiar el lugar", agregan olvidando que hicieron ingresar, tal vez a menos, pocos menos, pero con sueldos casi pornográficos. Prometiendo que "los periodistas de Télam ahora podrán hacer periodismo", mientras los secuaces de quien ejerce la presidencia de manera ilegal sale a la caza de materiales "que no gustan o no convienen" y pone la daga contra la yugular del periodista. Así son. Lo viví, como viví las gestiones anteriores a las que también critiqué ferozmente. No voté ni a los K ni a Macri, antes que algún imbécil se despache con algo que tenga que ver con eso.

"Que digan si son kirchneristas", pidió una vez la gobernadora bonaerense. En Télam, la actual gestión llevó esa indagatoria al máximo y ante la mínima sospecha prendió la hoguera, incluso para los que no lo son, por un tiburón cebado no distingue una presa de otra, solamente quiere saciar su "Sed de Mal",  dirigida en casos por una que se cree Orson Welles, si es que tal vez lo escuchó nombrar y apenas es una mediocre privada de cualquier talento y humanidad.

Un amigo me manda fotos de los echados y aún empleados de la agencia viendo el partido en la puerta de la agencia en pantallas gigantes, mientras toman pacíficamente el edificio pidiendo la reincorporación de los rajados. Caras largas, mensajes de voz angustiados, igual que en las redes sociales. Tristeza, bronca, indignación. Y no por el cuarto gol firmado por el fenómeno francés de 19 años. No solamente por eso, sino porque desde el gol de Marcos Rojo a Nigeria, que le valió a la Argentina el pasaje a medirse con Francia, no paran de llegar telegramas de despido. De eliminar fuentes de trabajo. De hundir al rival en la más humillante derrota y oscuro futuro.

La incertidumbre sobre el nuevo seleccionado es gigante. La de los despedidos es desoladora.

Comentarios

  1. Excelente descripción de dos situaciones completamente distintas dónde se une un mismo resultado.

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