Cuando fui ruso
El 11 de junio y el 7 de julio serán, cuando haga un repaso de mi vida, los únicos dos días de mi vida en los que por un par de horas no fui argentino. Fui ruso. Por decisión propia y porque el ambiente me llevó. Sin pasaporte o documento oficial que lo legitime, los rusos me llevaron a ser uno de ellos en el partido inaugural de la Copa del Mundo contra Arabia Saudita y en el choque de cuartos de final frente a Craoacia. No lo pude evitar. Tampoco hice demasiado por hacerlo. En Luzhniki, sentado en una butaca en la parte más alta de una de las cabeceras del estadio, la alegría y la euforia de los locales me llevó a aceptar que me adopten. Tres jóvenes sentados una fila delante de mí me explicaban cada uno de los cánticos y banderas que se desplegaban en el estadio. Escucharlos cantar el himno y el disfrute y orgullo que, se notaba a la legua, les generaba y aún hoy fuera de la competencia tienen por organizar la Copa del Mundo, no me dejaron dudas. Esa t